lunes, 9 de marzo de 2009

La dependencia de la ayuda, ¿anula la autonomía?


Inacio Valentim (inacio.valentim@hotmail.com)

Las primeras preguntas que nos planteamos en torno a esta cuestión son: ¿cuál es la certidumbre de la realidad del mañana?, ¿qué será de la vida de quien anduvo perdido en las manos de otros?, ¿hasta cuándo esa certidumbre no dejará de ser una simple resignación o un rechazo de la inquietud?
Estas preguntas nos conducen a un problema importantísimo en la vida de un inmigrante y, de manera particular, en la vida de un inmigrante que recibe ayuda de alguien o de una institución. Se trata de la cuestión de la autonomía.
En su definición de la noción de persona, Kant afirma que una de sus características principales consiste en que está dotada de autonomía: sólo ella goza de autonomía para imponerse a sí misma las reglas de conducta y el respeto por el cumplimiento de los valores. Así, de golpe, esta definición choca con la noción de persona que poseemos, dentro de la esfera del concepto de caridad imperante hoy. De entrada, los principios de autonomía y de caridad, son inconciliables. Se da una superposición entre los dos: en otras palabras, hay una primacía de uno sobre otro que es contradictoria en su esencia.
La contradicción reside en el hecho de que, si quisiéramos seguir la definición kantiana de persona, la caridad debería estar al servicio de la autonomía del individuo; esto es, la autonomía tendría primacía sobre caridad. Pero, para eso, tendríamos que superar una serie de cuestiones: ¿quién que es ayudado puede sentirse autónomo en el verdadero sentido de la palabra?, ¿esta persona está habilitada para opinar sobre lo que quiere o no quiere, sobre lo que le gusta o deja de gustarle?; y, si esta persona no es autónoma, ¿aún podemos hablar de caridad?
Este conjunto de preguntas nos conduce a la verdadera definición del término persona, nos enfrenta a su etimología. En griego, el término persona quiere decir máscara; sin embargo, en este intento de ver si hay o no posibilidad de conciliación entre el principio de autonomía y el principio de caridad, descubrimos que no sólo el término persona -un término enmascarado-, sino también muchos de los actos practicados y desarrollados por el individuo -esto es, por la persona- provocan la colisión entre la caridad y la autonomía, que sale dañada en varios aspectos fundamentales para el desarrollo y la estructuración de la persona.
Desde luego, está en cuestión el tema de la autoestima y de la educación: poder decidir libremente sobre lo que yo quiero o deseo hacer con mi vida significa, ante todo, contar con las condiciones esenciales para defender ese deseo de autonomía; significa disponer de aquello que impide a terceros condicionar considerablemente mi libertad. Y una persona completamente dependiente de los otros no puede dibujar este tipo de horizonte, porque sabe que su necesidad choca con su dependencia, y es justamente este choque lo que pone en cuestionamiento su autoestima.
El mismo gesto de caridad no tiene el mismo significado para dos grupos diferentes de personas ayudadas, porque el grado de autoestima de ambos grupos también varía. Un subsahariano sin estudios y sin la mínima orientación social no hará la misma interpretación que un sudamericano con estudios, aunque el gesto sea igual o concomitante. Quien se sirve de la venta de los pañuelos en la calle o en los semáforos como del único recurso para sobrevivir, porque carece de estudios, no tiene herramientas para competir, no puede de ningún modo poseer el mismo grado de autoestima que una persona que cuenta con las herramientas para competir. El grado de esclarecimiento es diferente: de modo, que también será diferente no sólo el grado de interpretación de los gestos, sino también el grado de formulación del descontento.

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