lunes, 29 de diciembre de 2008

Universidades


Lorenzo Silva

(XLSemanal, 14 al 20 de diciembre de 2008)

Las universidades españolas son las más solicitadas por los alumnos europeos que participan en el programa Erasmus, de intercambio de estudiantes universitarios entre los países de la Unión Europea. Por si a alguien le quedaba alguna duda, no es por la excelencia de nuestro sistema de enseñanza superior. Sencillamente, aquí hace mejor tiempo, hay más marcha y el poco nivel y la poca exigencia hacen más cómoda la estancia. Quizá tenga su interés llenar Europa de gente que recuerde su añito español como el más divertido de su biografía; seguramente, eso aumentará la simpatía que despertamos entre nuestros socios y a lo mejor estimula a largo plazo el turismo. Pero quizá nos iría un poco mejor que los chavales del Erasmus lo pasaran algo menos bien y aprendieran algo más de lo que les enseñamos. Que nuestra universidad siga en el furgón de cola del ranking europeo no es cosa de risa.

sábado, 27 de diciembre de 2008

El inmigrante y su rostro


Eloy Cuadra Pedrini


Aunque debiera empezar por el ser humano, y su rostro… ¿Qué es? Acaso la parte del cuerpo más desnuda, la más expuesta, inaccesible, altiva y vulnerable a la vez, pero también la que nos hace especiales, únicos, inconfundibles, el espejo de nuestra alma. Cierto, a través del rostro conocemos a los otros, por el rostro somos capaces de enamorarnos, el rostro es la puerta de entrada a nuestra condición de seres humanos. Pero hay más, porque en él están también las arrugas y las cicatrices de un pasado que nos acompaña, por él le sonreímos a la vida, en él lloramos, a través de él exclamamos cuando tenemos miedo, el rostro es la evidencia de la miseria y la indefensión humana. No hay relación si no hay rostro, no hay empatía sin él, no hay compromiso si no vemos. No despertamos a la realidad de los peligros que acechan a nuestros hijos hasta que no le pusimos rostro y nombre a Yeremy o a Sara; no nos revelamos contra la barbarie del hombre que pega a una mujer hasta que no empezamos a ver unos ojos hinchados a los golpes o una cara desfigurada por el ácido.
Para el inmigrante, en cambio, para ese al que llaman “ilegal”, no hay rostro, no hay nombre, no hay historia, son sólo datos, estadísticas, “objetos”. Pero... ¿por qué nos están privando de su rostro?, ¿quién lo decide?, ¿por qué están ahí al lado, en nuestras ciudades, en Madrid, en Barcelona, en Málaga, en Algeciras, en Las Palmas de Gran Canaria o en Santa Cruz de Tenerife, encerrados en esos centros donde nadie puede verlos? He reflexionado largo sobre ello, y cada minuto que pasa lo tengo más claro: si pudiéramos mirarlos a la cara un instante todo cambiaría, ya nada volvería a ser igual para nosotros, como no volvió a ser mi existencia igual después de haberme enfrentado al rostro de aquel inmigrante que se ahogaba, y aterrado, con la desesperación del que sabe que va a morir me gritaba en un francés agónico “s´il vous plaît, s´il vous plaît!”, para que no le soltara la mano. No sé dónde andará pero sí sé que no murió aquella noche, no murió porque yo acudí a su llamada: me había mirado, habíamos enfrentado nuestros rostros, no podía hacer otra cosa. Gracias a aquel inmigrante hoy soy mucho más feliz. Así es, así suele ser cuando aún queda algo de humanidad dentro. Le ocurre hasta a los asesinos, muchos de ellos, muy acostumbrados a matar, prefieren no mirar nunca a sus víctimas a los ojos, para evitar que a la noche, al dormir, le visiten los demonios del remordimiento. Y esa misma mirada que interpela al sicario y le dice “¡no me mates, por favor, te lo suplico!”, está ahí, al otro lado de esos muros a los que llaman CIEs, suplicándonos que hagamos algo por ellos. Así, les traslado a ustedes la pregunta que yo ya respondí: ¿Qué pasaría si tuviéramos la posibilidad de entrar en esos centros para enfrentarnos a su rostro, nosotros los ciudadanos del primer mundo?; ¿qué ocurriría si de repente ese extranjero dejara de ser el Otro sin atributos, el Extraño, el Peligroso, y pasara a ser Sony, de 23 años, un joven nigeriano que perdió a sus padres a los 15, que soñaba con ser futbolista, que hace tres años que salió de su tierra, al que han pegado, engañado y robado en el desierto, que vio morir ahogado a su mejor amigo y ahora malvive encerrado entre cuatro paredes esperando ser devuelto a la nada? Estoy seguro de que a muchos –como a mí- os cambiaría la vida, y acudiríais a su llamada desesperada.
Pero aquí precisamente radica el problema: no es fácil enfrentarse al rostro desnudo y desvalido del extranjero, pues ello implica remover, despertar, incomodar nuestra conciencia durmiente hasta un punto que tal vez nos llevara sin remedio a hacernos responsables de él, del mismo modo que nos hacemos responsables de una anciana que se ha caído o de un niño que llora porque ha perdido a sus padres. Llegado hasta aquí, me viene a la memoria esa célebre cita erróneamente atribuida a Brecht que rezaba tal que así: "primero vinieron a buscar a los comunistas, y no dije nada porque yo no era comunista. Después vinieron por los sindicalistas, y no hablé porque no era sindicalista. Después vinieron por los judíos, y me callé porque no era judío. Al final también vinieron a buscarme, pero ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí". Creo que es hora de que alejemos el temor de enfrentarnos a sus rostros, para empezar a hablar por ellos. Quizás no sea demasiado tarde: hoy mismo hemos sabido que el Gobierno de Zapatero prepara una reforma de la Ley de Extranjería que al fin permitirá a las ONGs entrar en los CIEs: y, a través de ellas, a nosotros los ciudadanos.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Las aulas, ejemplos vivos de convivencia


Antonio Oramas


La sociedad está cada vez más necesitada de ejemplos reales de convivencia entre las personas. Más aún si contemplamos diariamente las noticias de los medios de información que se refieren a agresiones y actitudes de faltas de respeto entre individuos de distinto origen étnico o cultural. Como profesor de secundaria me toca prestar especial atención a aquellas informaciones que se publican sobre la vida escolar. Éstas se refieren a menudo a cuestiones como el uso del velo por las alumnas que profesan el Islam, las agresiones físicas contra algún alumno al que se margina y humilla por su origen o procedencia, o las cuestiones relativas a la presencia de símbolos culturales en las aulas, que se cuestiona en una sociedad cada vez más plural.
Sin embargo, afortunadamente la vida cotidiana en las aulas dista mucho de ser como estos hechos puntuales parecen mostrar. En las aulas se producen ejemplos vivos de convivencia entre alumnos de una diversidad de origen y de costumbres cada vez más significativa. Y lo más positivo es, desde mi punto de vista como profesional de la educación, la naturalidad con que dicha convivencia se manifiesta. A tempranas edades, los condicionamientos sociales no operan de la misma manera, ya sean económicos o culturales. Se observa como, en un medio donde lo prioritario no es el consumo, la suficiencia material o la competencia profesional, la aceptación del otro, del diferente, se realiza de una manera serena y sin tantos traumas como aparentemente muchos análisis sociales quieren presentar. Y digo aceptación por no decir integración, concepto a mi modo de ver ambiguo que se enfoca más bien hacia el punto de vista del individuo que se tiene que adaptar al entorno, sin observar que es ese entorno social el que también tiene que aceptar su presencia. Como digo, esta aceptación es más fácil cuando no hay posibilidad de acusar al recién llegado de querer quitar un puesto de trabajo o de querer imponer sus costumbres al resto.
Recientemente pude escuchar un comentario de una alumna canaria sobre una compañera musulmana, que hacía poco se había incorporado a clase. Se refería a la Fiesta del Cordero, que los musulmanes celebran en relación con la Peregrinación a la Meca. La alumna decía que aquella compañera musulmana no iba a tener Navidad, sino la Fiesta del Cordero. Su comentario revelaba ya un cierto conocimiento de las tradiciones del Islam. A mí no sólo me sorprendió el conocimiento demostrado, sino también la ausencia de prejuicio y el tono descriptivo, enunciativo, de su comentario. Sin duda fue una lección de naturalidad y de aceptación del otro, sin mayores complicaciones.
Y así sucede en la mayor parte de casos de interacción entre alumnos que puedo percibir en el instituto donde trabajo. Y esto sucede sin que se den excesos ni a favor ni en contra de una convivencia normal. En otras palabras, cuando de relacionarse se trata, el acercamiento al distinto se produce sin que la causa principal sea precisamente que al otro, al compañero de aula, se le ve como distinto. Esto pudo ocurrir hace unos años, pero actualmente no creo que sea el motivo principal. En las aulas canarias se ha llegado a aceptar esta presencia hasta el punto de que se ha convertido en algo totalmente normal. No es necesario que dé ejemplos aquí de centros educativos donde ya es mayoría el alumnado procedente de otros países.
Las imágenes que cotidianamente se observan en un centro educativo son así: las de la alumna de color que ríe y se abraza con su compañera blanca, la del europeo del este que bromea con un compañero cubano o la de los alumnos que, como en el ejemplo, hablan con absoluta naturalidad de las diferencias culturales, sin emitir juicios de valor.
Lógicamente esta convivencia no se produce de forma gratuita. Los educadores, los profesores y las familias tienen su parte positiva de contribución a este logro. Sin embargo, como señalábamos al comienzo, no podemos obviar el potencial de apertura al otro que poseen los jóvenes, como tendencia natural, cuando no se ven condicionados por determinados factores ambientales. En otras palabras, las personas son sociables por naturaleza. Esta sociabilidad se pone de manifiesto en aquellos lugares donde más se convive, como los centros educativos, y en muchas ocasiones esta convivencia sucede a pesar, y no gracias a, el ambiente social predominante. Los centros educativos son, en su mayoría, ese oasis en el desierto donde aún es posible el rostro amable, la sonrisa ante el desconocido, la mano tendida amigable y sin temor. Porque todos estos gestos se producen sin que exista una exigencia oculta, una contrapartida a cambio, tan propia de una sociedad mercantilista.
Pienso que nuestra sociedad actual se dirige rápidamente hacia una configuración similar a la de la sociedad francesa: una sociedad mestiza con multitud de orígenes étnicos, pero donde este origen no es determinante, pues en la base de la convivencia se despliega un conjunto de deberes y derechos comúnmente aceptado. Es decir, no hay mayor integración que el cumplimiento de las leyes, en especial de aquellas que se refieren a la convivencia y el respeto al otro. También yo podría preguntarme si como ciudadano canario soy un individuo plenamente integrado en esta sociedad. De nuevo la palabra integración no me parece la fundamental en este asunto. Más bien es la aceptación lo fundamental, la aceptación del otro, la aceptación de unas normas de convivencia. Y pienso que sólo por medio de estas normas fuertes y comúnmente aceptadas puede una sociedad crecer civilmente en la pluralidad de procedencias de sus miembros. ¿De qué otro modo podría ser si atendemos a la situación geográfica de Canarias? ¿Por cuánto tiempo podemos seguir dando la espalda a nuestros vecinos africanos, a nuestra realidad geográfica y cada vez más, cultural? Es sólo una cuestión de tiempo comprobar que nuestra sociedad ha cambiado tanto, que ya no se parece siquiera a aquella que conocieron nuestros padres. Y para entonces será un signo de salud constatar que lo étnico no será ya tan significativo como lo convivencial, traducido jurídicamente en unas normas civiles compartidas y aceptadas por todos. Algo así como lo que tan naturalmente ocurre entre nuestros jóvenes en las aulas de los centros educativos. Por una vez, tomémoslo como ejemplo.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Derechos humanos, ¿para todos?




Myriam Peña Padrón

Ante la celebración del 60 Aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, Amnistía Internacional, hace un llamamiento a los gobernantes, instándolos a conmemorar tal hecho, como un “tiempo de acción”, y no de “celebración”, ante los múltiples desafíos a los que se enfrenta el mundo actualmente.
Y nada más cercano a la realidad.
Ante ese llamamiento, vinieron a mi pensamiento, las palabras de D. José Mateo Díez, Ex Magistrado del Tribunal Supremo, recogidas hace algún tiempo, en un Artículo de la Obra Social de Acogida y Desarrollo, en el que nos recuerda el nacimiento de dicho Texto:
“En un país a menudo denostado por la falsa progresía, los Estados Unidos de América, tiene la gloria de haber alumbrado la primera Constitución del mundo. El 29 de Junio de 1776, la Convención del que, inmediatamente pasó a ser el Estado soberano de Virginia, aprobó dicho Texto, que se anticipó en el reconocimiento y el establecimiento de una serie de Derechos a la Revolución francesa, cuya Asamblea Constituyente, aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre en 1789.
Hoy en día, el texto fundamental en esta materia, está representado por otro Texto, surgido de las Naciones Unidas, sobre un borrador elaborado antes por juristas, sociólogos y políticos americanos, espoleados por Eleanor Roosevelt.
La Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su resolución 217 A (III), DE 10 DE Diciembre de 1948, aprobó un texto de importancia imperecedera, que pasaría a denominarse, DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE.
Y nos recuerda también, algunos párrafos de su Preámbulo:
“Considerando que la libertad, la justicia, y la paz en el mundo tienen su base en el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana;
Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos, han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la Humanidad, y que se han proclamado como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”.
Y algunos de sus preceptos.
Artículo 1.- Todos los seres humanos, nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Artículo 2.- 1.Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento, o cualquier otra condición.
Tampoco tienen desperdicio alguno, el Artículo 2.-2, el Artículo 7, y el 30, que recomiendo, y permítaseme la osadía, sean vistos.
El Sr. Mateo Díez, en su Artículo comentaba, igualmente, que en el plano normativo, difícilmente, se podría realizar reproche alguno al ordenamiento jurídico, concebido para asegurar una perfecta protección al emigrante. Y tenía toda la razón.
Pero, leído lo leído, me pregunto, qué explicación hay, si es que existe alguna, para los miles de desplazados de Somalia, y para que este lugar, cuente con más de 300.000 niños malnutridos, y para que tenga los niveles más altos de malnutrición en el mundo, o para que, al menos, 300 niñas en el suroeste de Kenia hayan huido de sus hogares, y hayan buscado refugio, en un intento por escapar de la mutilación genital forzada?.
O para que, en el Congo, dentro del marco de los enfrentamientos en el Este de la República, los niños sean obligados a combatir y para que, las niñas, sean obligadas a convertirse en sumisas esposas de los soldados?.
Y para los recientes homicidios en Mumbai, en donde alguien ordenaba “matar hasta lo último que respirase”, y para todos aquellos que viven en condiciones durísimas en Sri Lanka, donde los civiles, cada vez más, están en el punto de mira, y/o en Gaza, y/o para aquellos inmigrantes que se juegan la vida en el mar, intentando llegar a lo que ellos, entiendo consideran, la Tierra Prometida?.
Todas esas situaciones descritas, que se repiten, reiteradamente, por todo el mundo, y que son sólo el comienzo de una larga, inexplicable, e interminable lista, sólo pueden ser consideradas, desde mi punto de vista, masivas y reiteradas violaciones de los Derechos Humanos.
Y que sólo pueden, y que deben ser combatidas, por Gobiernos Democráticos, que actúen con firmeza contra las mismas.
Pero, en la actualidad, dichas violaciones, solamente son susceptibles de reducción gracias a la labor que realizan, y al empeño enorme, inmenso, de aquellas organizaciones humanitarias, redes, y movimientos sociales que con sus denuncias públicas ponen en evidencia a Gobiernos enteros por permitirlas, y por el reconocimiento que los ordenamientos jurídicos de los países civilizados van haciendo de los derechos fundamentales de las personas, en un intento, por hacer un poco más creíble, aquel ansiado Texto.Aunque, luchar por los Derechos Humanos, deberíamos tenerlo claro, es cuestión de todos.