miércoles, 22 de abril de 2009

La inmigración; ¿café solo o con leche?


Ariadna Santana Betancort (IES Santa Lucía, Vecindario, Gran Canaria),

“¡Qué pesadez! ¡Otra vez lo mismo! ¿Cuánto tiempo vamos a seguir hablando de eso?”. Éstos son los comentarios que, típicamente, se hacen al oír la palabra “inmigración” o alguno de sus derivados; este fenómeno se repite sobre todo en adolescentes, que lo único que saben decir en un debate acerca de la inmigración (y en general, de cualquier cosa) es que “todo lo que pasan los negritos o chicos de color que vienen en cayucos es culpa de la sociedad”. Ahora bien, cabe preguntarse después del debate más fructífero de la historia de los debates, ¿no somos parte nosotros de ella, de la sociedad? Si es así, nosotros tenemos la culpa, ¿no?
Pues la respuesta es que sí, pero no sólo es culpa nuestra que tengan que arriesgar su vida para salvarse, sino que prefieran morirse antes de recibir el trato que aquí les damos. Todos quieren ayudar a los negritos, quieren que salgan adelante, pero, “¡a nosotros no vengan a quitarnos nuestros derechos o nuestro trabajo, porque hacemos una manifestación para que los deporten!”. Últimamente se ha puesto en marcha un plan de concienciación para jóvenes en el que se muestra la cruda realidad por la que pasan los inmigrantes, imágenes violentas que vemos e imaginamos como una película de Will Smith, sin pararnos a pensar un minuto en nuestras vidas: cuando éramos bebés, teníamos un Ferrari de plástico, y ahora tenemos o uno de verdad o un Nokia 357H203, que viene a ser lo mismo que un coche, y aun pensando en ello no somos capaces de mirar a esos chicos y chicas adolescentes que, en vez de tener lo mismo que nosotros como debería ser, por no tener, no tienen ni zapatos. Se fabrican sandalias con botellas de plástico, y nosotros hablando de la crisis del petróleo. ¿Y después de todo nos quejamos de la sociedad? ¿Quién provoca que los habitantes de los países “pobres” emigren? La deuda externa, claro, porque nosotros no consumimos y tiramos lo que en ellos se cultiva; porque nosotros no malgastamos el plástico que se fabrica con su petróleo; porque nosotros ahorramos energía eléctrica para que ellos puedan tenerla… ¡Vaya, somos unos santos! ¿Alguien puede beatificarnos y crucificar a la sociedad? Es que es ella la que tiene la culpa.
Una vez pusieron un documental en la televisión que fue emitido en horario escolar para algunos alumnos. El programa mostraba la preparación de un grupo de personas que se marchaba a Europa en cayuco. En un momento, se vio a uno de los “preparadores” enseñando a uno de los inmigrantes cómo debía hacer pis para no desequilibrar la barca, ya que si se desequilibraba, se hundía y se ahogaban. Cuando los compañeros de clase vieron esa escena y observaron los gestos del señor que preparaba, se rieron, como si aquellas fueran las últimas vacaciones de Mr. Bean; y pocas personas se pararon a pensar en lo siguiente: algo tan sencillo como hacer pis puede causarles la muerte… pero qué más da, si Mr. Bean era gracioso.
Y luego está el caso de “intolerancia tolerante”, que hace frente a la inmigración y a todo lo que representa. Es el caso de algunas personas que presumen de ser tolerantes, y de hecho lo son… hasta que dejan de serlo. ¿Cuándo ocurre esto? Pues cuando una persona “tolerante” se entera de que su hijo está saliendo con una persona inmigrante. En ese momento la tolerancia desaparece tan rápido como un alumno después de clase. Otro caso de esta misma índole es el de una señora tolerante hasta la muerte que se entera de que el ascenso que quería se lo han dado a su compañera ecuatoriana. ¡Fiu, adiós tolerancia! En estos casos, para no parecer un hipócrita, es mejor ser claro y decir: “inmigrantes sí, pero lejos”. Triste, pero mejor que ser el perfecto farsante.
Y todavía más: echamos la culpa a las leyes de no poder ayudar como es debido a todas estas personas, pero hemos demostrado que las leyes nacen, mueren y cambian, además de reproducirse. ¿No será que muchos de nosotros preferimos dejar las cosas como están? “Hay que parar la inmigración”, dicen los políticos; “salvemos al pato Donald”, dicen los ecologistas. Pues, ¡arriba sociedad! Ni lo uno ni lo otro: la inmigración es inevitable, siempre ha existido, pero podemos hacer, provocar, que sea innecesaria. Nosotros, pobres ricos, tenemos los medios para evitar, aunque sea un poco, todo ese calvario.
En fin, que aun haciendo una apología de la inmigración, no somos nosotros los más indicados para criticarla u opinar sobre ella, pero esperemos que un día los pescadores fronterizos cojan atunes y no ropa de bebé… o al bebé.

2 comentarios:

  1. ¡Gran artículo! Muchas felicidades Ariadna.

    ResponderEliminar
  2. WOw! So interesting post you shared here. Thanks for such excellent work.

    Cafe con leche

    with regards
    Jose manuel

    ResponderEliminar