sábado, 26 de septiembre de 2009

Colectivo Sócrates, El profesor de secundaria, entre el burócrata asistencial y el comercial de empresa.


Comienza un nuevo curso escolar en Canarias marcado por la crisis económica. La Formación Profesional se convierte en el centro de la polémica ante un pretendido impulso dado por el Gobierno Autónomo a estos estudios que no se corresponde con la disminución de plazas ofertadas, los recortes presupuestarios y el descenso en el número de profesores especialistas de FP nombrados en los centros para impartir los ciclos de FP. Esto nos lleva a proponer en estas líneas una reflexión sobre el cambio en el papel que desempeña el profesor en un nuevo modelo educativo que, a nuestro entender, se ha desvirtuado.


En momentos de crisis económica el Gobierno ha impulsado una campaña publicitaria que anima a los estudiantes a matricularse en los ciclos de formación profesional ofertados. Pero la realidad es que la oferta de ciclos ha disminuido, se han concedido a los centros pocos ciclos que comienzan en su primer año y en su mayoría continúan los ciclos que por necesidad deben cubrir su segundo año académico. La disminución es no sólo de oferta de ciclos, también de número de plazas en los que ya se imparten, pues la consigna es reducir gastos ante un presupuesto limitado y no contratar al profesorado suficiente para cubrir la demanda real, superior a la oferta. Hay, pues, menos ciclos, menos plazas ofertadas y menor número de profesores. Muchos ciclos se han cerrado y se han dejado de ofertar ante una pretendida carencia de demanda, pero la calidad de un sistema educativo se merma cuando priman factores economicistas y de gestión a los de garantizar un acceso a una variedad de estudios cualificados de índole profesional. Bien es sabido que los técnicos de FP son los que menos desempleo sufren, incluso por debajo de los titulados universitarios, y que el mercado laboral canario adolece de cualificación profesional. La calidad de la enseñanza de FP es un marcador de desarrollo de una sociedad, como por ejemplo sucede en Alemania o Gran Bretaña.


Otro hecho al comienzo del curso escolar es la disminución en el número de profesores interinos y sustitutos contratados. El número de plazas ofertadas en las oposiciones no es razón suficiente para este descenso. Constituye un “expediente de regulación de empleo” de más de mil puestos de trabajo, quizás el mayor realizado en una empresa de Canarias desde que comenzó la crisis. Tiene que ver también con la política gubernamental de recorte de gastos, empezando por el profesorado contratado. La primera consecuencia es el aumento desmesurado de las ratios, del número de alumnos por grupo (por ejemplo, en Bachillerato en algunos centros es normal ver aulas masificadas con más de treinta alumnos). La pregunta ante esto es: ¿qué calidad de la enseñanza puede defenderse con aulas llenas de alumnos y una cantidad de profesores insuficiente para atenderlos? ¿Qué calidad es posible cuando no se oferta la suficiente cantidad de plazas y de salidas profesionales variadas para atender de verdad la formación y cualificación de los jóvenes?


Esto nos lleva a plantear algunas cuestiones de fondo que subyacen a los hechos presentados, a nuestro parecer. El nuevo modelo educativo defendido por las autoridades en la materia necesita de un profesor cuyo perfil ya no es el de formador/instructor básica y fundamentalmente. Podemos afirmar que las funciones del profesor han adquirido con el tiempo características de un burócrata asistencial (del campo de la asistencia y el trabajo social) y de un empleado comercial de una empresa (del campo de la gestión empresarial privada, trasladada a lo público en términos de eficacia, eficiencia, trabajo por objetivos, medición de resultados en términos estadísticos cuantitativos y no cualitativos, etc.). El profesor ha pasado a ser un trabajador social cuya función ha de ser no interrumpir el paso del alumno por el sistema educativo, con escrupulosidades relacionadas con la exigencia y el saber hacer, ya que esto no es lo más importante. Lo fundamental es corregir las injusticias sociales a base de no exigir un esfuerzo intelectual por alcanzar una meta (gran engaño, pues la vida no es así, no se funciona así en la sociedad adulta). El profesor insertado en esta dinámica se cree un héroe social, un vengador, un justiciero, que va resolviendo problemas estructurales de la familia y la sociedad. ¿Cuál es la consecuencia de este nuevo paradigma? El desgaste personal del profesor, desvirtuado en su papel, que finalmente sucumbe a la depresión y a la pérdida de energía intelectual y física.
Esto se traduce en una nueva relación profesor/alumno que se asemeja más a la relación cliente/empleado. El alumno pasa a ser un cliente que ha de ser satisfecho (pasar de curso o conseguir un título, que el sistema tiende a devaluar). El cliente tiene de por sí la razón y el empleado debe rendirle cuentas, así como hacerlo ante sus superiores gestores, “empresarios” o “patrones”. El profesor pasa de ser un vehículo indispensable en la transmisión de conocimientos, a ser un mero mediador de conocimientos. Con esto el lenguaje “políticamente correcto” de la pseudo-pedagogía al uso pretende decir que cuanto más se desvanezca la presencia del profesor, cuanto menos intervenga en el proceso de aprendizaje, mejor, como si el alumno aprendiera por ósmosis al ponerlo frente a una fuente de información. No se plantea cómo filtrar y asimilar esa información, cómo seleccionarla y valorar su contenido, y la importancia que en eso tiene un criterio ético capaz de ser enseñado por un profesor, profesional de la materia. De este modo se cuestiona la autoridad como profesional del enseñante, como no se atreve a hacerse socialmente ante el trabajo de un médico, un arquitecto o cualquier profesional con prestigio mediático. Una sociedad que desprecia a sus maestros y profesores es una sociedad condenada al suicidio: pretende hacer creer que los buenos profesionales nacen y no se hacen, que se cultivan por ósmosis y que el profesor es prescindible y por tanto, su figura no ha de ser protegida. Estas líneas pudieran parecer exageradas, pero quieren reflejar una tendencia que, aunque lenta en su avance, es la que ha ido imponiéndose en las últimas dos décadas. Quizás por eso, por lo imperceptible del fenómeno –sobre todo, si es visto desde fuera-, pueden sonar extrañas o hiperbólicas.


Ante esta situación muchos profesores se preguntan qué papel están desempeñando los sindicatos, subvencionados por el Estado y en medio de intereses enfrentados ante la diversidad de colectivos que forman los cuerpos de profesores y maestros. En estas líneas nos atrevemos a proponer la necesidad de la colegiación, de crear un colegio profesional serio de profesores funcionarios de carrera, capaz de defender los intereses de los cuerpos y de velar por un ingreso justo, equitativo e imparcial en las plazas de empleo público docente. A nuestro parecer, éste es el mejor paso que puede dar el colectivo docente para defender por sí mismo la calidad en la enseñanza y en el desempeño de su propio trabajo, la mejor reivindicación para recobrar la autoridad y el prestigio perdidos.


Otro campo que reivindicar sería, en la práctica, la disminución de las ratios, el aumento del número de profesores en los centros y la especialización por tareas de éstos en los centros para lograr un trabajo de calidad y más eficiente. Esto implicaría necesariamente una verdadera autonomía de los centros para autogestionarse en las tareas docentes. Obviamente, esta autonomía no debería ser óbice para una rendición de cuentas ante las autoridades representantes de los ciudadanos, que es necesaria en todo servicio público. Pero, sobre todo, para una verdadera construcción democrática desde abajo en los centros educativos, debería devolverse el poder a los claustros, no sólo haciendo posible que los claustros decidan sobre lo que les corresponde (decisiones de tipo didáctico y pedagógico) sino eligiendo éstos a sus directores, cesándolos cuando no responden al sentir de los profesores del centro y apoyándolos cuando desempeñan un trabajo serio y honrado.


En conclusión, defendemos que la calidad de la enseñanza aumentará cuando se devuelva el protagonismo al profesor y se defienda y respete su trabajo como principal medio para garantizar el futuro de una sociedad: el que se gana cuando una sociedad se nutre de personas capaces de devolver a ésta lo que han recibido de ella a través de sus enseñantes.