viernes, 4 de febrero de 2011

Carlos Herrera. El asombroso caso de Serafín García

(XL Semanal, 2-8 de enero de 2011)

En la Venezuela de los sesenta era posible crecer y, no sin esfuerzo, enriquecerse. Así lo hicieron muchos españoles, singularmente canarios y gallegos, como Serafín, que se instaló en Puerto Ordaz-Ciudad Guayana, donde se unen el Caroní y el Orinoco, aguas que Uslar Pietri matrimonió como «un río de acero negro pulido». Esos empresarios desafiaron el sino al que ha estado condenada Venezuela por culpa de su dichoso petróleo, ese que ha impedido desarrollar otro músculo industrial que pusiera a salvo la economía del país de las consecuencias del alza de los precios de todo lo que debía importar precisamente como causa del alza de su propio oro negro.

A muchos de esos empresarios -que conservan a buen recaudo, como García, su nacionalidad española- son a los que el animal de Hugo Chávez y su régimen corrupto e inoperante ha expropiado -«¡Exprópiese!»- sin darles absolutamente nada a cambio. De ocho mil fincas agrarias contabilizadas en Venezuela, unas dos mil están en manos de emigrantes españoles, a varios de los cuales les han ocupado las fincas las huestes chavistas sin respaldo legal alguno y sin que la seguridad jurídica inexistente pudiera hacer nada por ellos. Ni siquiera mediar un precio por la expropiación. Ni que decir tiene que a Serafín García le tenían ganas y le levantaron su empresa importadora.

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