sábado, 27 de diciembre de 2008

El inmigrante y su rostro


Eloy Cuadra Pedrini


Aunque debiera empezar por el ser humano, y su rostro… ¿Qué es? Acaso la parte del cuerpo más desnuda, la más expuesta, inaccesible, altiva y vulnerable a la vez, pero también la que nos hace especiales, únicos, inconfundibles, el espejo de nuestra alma. Cierto, a través del rostro conocemos a los otros, por el rostro somos capaces de enamorarnos, el rostro es la puerta de entrada a nuestra condición de seres humanos. Pero hay más, porque en él están también las arrugas y las cicatrices de un pasado que nos acompaña, por él le sonreímos a la vida, en él lloramos, a través de él exclamamos cuando tenemos miedo, el rostro es la evidencia de la miseria y la indefensión humana. No hay relación si no hay rostro, no hay empatía sin él, no hay compromiso si no vemos. No despertamos a la realidad de los peligros que acechan a nuestros hijos hasta que no le pusimos rostro y nombre a Yeremy o a Sara; no nos revelamos contra la barbarie del hombre que pega a una mujer hasta que no empezamos a ver unos ojos hinchados a los golpes o una cara desfigurada por el ácido.
Para el inmigrante, en cambio, para ese al que llaman “ilegal”, no hay rostro, no hay nombre, no hay historia, son sólo datos, estadísticas, “objetos”. Pero... ¿por qué nos están privando de su rostro?, ¿quién lo decide?, ¿por qué están ahí al lado, en nuestras ciudades, en Madrid, en Barcelona, en Málaga, en Algeciras, en Las Palmas de Gran Canaria o en Santa Cruz de Tenerife, encerrados en esos centros donde nadie puede verlos? He reflexionado largo sobre ello, y cada minuto que pasa lo tengo más claro: si pudiéramos mirarlos a la cara un instante todo cambiaría, ya nada volvería a ser igual para nosotros, como no volvió a ser mi existencia igual después de haberme enfrentado al rostro de aquel inmigrante que se ahogaba, y aterrado, con la desesperación del que sabe que va a morir me gritaba en un francés agónico “s´il vous plaît, s´il vous plaît!”, para que no le soltara la mano. No sé dónde andará pero sí sé que no murió aquella noche, no murió porque yo acudí a su llamada: me había mirado, habíamos enfrentado nuestros rostros, no podía hacer otra cosa. Gracias a aquel inmigrante hoy soy mucho más feliz. Así es, así suele ser cuando aún queda algo de humanidad dentro. Le ocurre hasta a los asesinos, muchos de ellos, muy acostumbrados a matar, prefieren no mirar nunca a sus víctimas a los ojos, para evitar que a la noche, al dormir, le visiten los demonios del remordimiento. Y esa misma mirada que interpela al sicario y le dice “¡no me mates, por favor, te lo suplico!”, está ahí, al otro lado de esos muros a los que llaman CIEs, suplicándonos que hagamos algo por ellos. Así, les traslado a ustedes la pregunta que yo ya respondí: ¿Qué pasaría si tuviéramos la posibilidad de entrar en esos centros para enfrentarnos a su rostro, nosotros los ciudadanos del primer mundo?; ¿qué ocurriría si de repente ese extranjero dejara de ser el Otro sin atributos, el Extraño, el Peligroso, y pasara a ser Sony, de 23 años, un joven nigeriano que perdió a sus padres a los 15, que soñaba con ser futbolista, que hace tres años que salió de su tierra, al que han pegado, engañado y robado en el desierto, que vio morir ahogado a su mejor amigo y ahora malvive encerrado entre cuatro paredes esperando ser devuelto a la nada? Estoy seguro de que a muchos –como a mí- os cambiaría la vida, y acudiríais a su llamada desesperada.
Pero aquí precisamente radica el problema: no es fácil enfrentarse al rostro desnudo y desvalido del extranjero, pues ello implica remover, despertar, incomodar nuestra conciencia durmiente hasta un punto que tal vez nos llevara sin remedio a hacernos responsables de él, del mismo modo que nos hacemos responsables de una anciana que se ha caído o de un niño que llora porque ha perdido a sus padres. Llegado hasta aquí, me viene a la memoria esa célebre cita erróneamente atribuida a Brecht que rezaba tal que así: "primero vinieron a buscar a los comunistas, y no dije nada porque yo no era comunista. Después vinieron por los sindicalistas, y no hablé porque no era sindicalista. Después vinieron por los judíos, y me callé porque no era judío. Al final también vinieron a buscarme, pero ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí". Creo que es hora de que alejemos el temor de enfrentarnos a sus rostros, para empezar a hablar por ellos. Quizás no sea demasiado tarde: hoy mismo hemos sabido que el Gobierno de Zapatero prepara una reforma de la Ley de Extranjería que al fin permitirá a las ONGs entrar en los CIEs: y, a través de ellas, a nosotros los ciudadanos.

2 comentarios:

  1. El "ilegal" no existe: hay mujeres y hombres que se saltaron las formas para salvar el fondo

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  2. Este artículo me parece muy completo ya que esta lleno de información importante.

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