miércoles, 24 de diciembre de 2008

Las aulas, ejemplos vivos de convivencia


Antonio Oramas


La sociedad está cada vez más necesitada de ejemplos reales de convivencia entre las personas. Más aún si contemplamos diariamente las noticias de los medios de información que se refieren a agresiones y actitudes de faltas de respeto entre individuos de distinto origen étnico o cultural. Como profesor de secundaria me toca prestar especial atención a aquellas informaciones que se publican sobre la vida escolar. Éstas se refieren a menudo a cuestiones como el uso del velo por las alumnas que profesan el Islam, las agresiones físicas contra algún alumno al que se margina y humilla por su origen o procedencia, o las cuestiones relativas a la presencia de símbolos culturales en las aulas, que se cuestiona en una sociedad cada vez más plural.
Sin embargo, afortunadamente la vida cotidiana en las aulas dista mucho de ser como estos hechos puntuales parecen mostrar. En las aulas se producen ejemplos vivos de convivencia entre alumnos de una diversidad de origen y de costumbres cada vez más significativa. Y lo más positivo es, desde mi punto de vista como profesional de la educación, la naturalidad con que dicha convivencia se manifiesta. A tempranas edades, los condicionamientos sociales no operan de la misma manera, ya sean económicos o culturales. Se observa como, en un medio donde lo prioritario no es el consumo, la suficiencia material o la competencia profesional, la aceptación del otro, del diferente, se realiza de una manera serena y sin tantos traumas como aparentemente muchos análisis sociales quieren presentar. Y digo aceptación por no decir integración, concepto a mi modo de ver ambiguo que se enfoca más bien hacia el punto de vista del individuo que se tiene que adaptar al entorno, sin observar que es ese entorno social el que también tiene que aceptar su presencia. Como digo, esta aceptación es más fácil cuando no hay posibilidad de acusar al recién llegado de querer quitar un puesto de trabajo o de querer imponer sus costumbres al resto.
Recientemente pude escuchar un comentario de una alumna canaria sobre una compañera musulmana, que hacía poco se había incorporado a clase. Se refería a la Fiesta del Cordero, que los musulmanes celebran en relación con la Peregrinación a la Meca. La alumna decía que aquella compañera musulmana no iba a tener Navidad, sino la Fiesta del Cordero. Su comentario revelaba ya un cierto conocimiento de las tradiciones del Islam. A mí no sólo me sorprendió el conocimiento demostrado, sino también la ausencia de prejuicio y el tono descriptivo, enunciativo, de su comentario. Sin duda fue una lección de naturalidad y de aceptación del otro, sin mayores complicaciones.
Y así sucede en la mayor parte de casos de interacción entre alumnos que puedo percibir en el instituto donde trabajo. Y esto sucede sin que se den excesos ni a favor ni en contra de una convivencia normal. En otras palabras, cuando de relacionarse se trata, el acercamiento al distinto se produce sin que la causa principal sea precisamente que al otro, al compañero de aula, se le ve como distinto. Esto pudo ocurrir hace unos años, pero actualmente no creo que sea el motivo principal. En las aulas canarias se ha llegado a aceptar esta presencia hasta el punto de que se ha convertido en algo totalmente normal. No es necesario que dé ejemplos aquí de centros educativos donde ya es mayoría el alumnado procedente de otros países.
Las imágenes que cotidianamente se observan en un centro educativo son así: las de la alumna de color que ríe y se abraza con su compañera blanca, la del europeo del este que bromea con un compañero cubano o la de los alumnos que, como en el ejemplo, hablan con absoluta naturalidad de las diferencias culturales, sin emitir juicios de valor.
Lógicamente esta convivencia no se produce de forma gratuita. Los educadores, los profesores y las familias tienen su parte positiva de contribución a este logro. Sin embargo, como señalábamos al comienzo, no podemos obviar el potencial de apertura al otro que poseen los jóvenes, como tendencia natural, cuando no se ven condicionados por determinados factores ambientales. En otras palabras, las personas son sociables por naturaleza. Esta sociabilidad se pone de manifiesto en aquellos lugares donde más se convive, como los centros educativos, y en muchas ocasiones esta convivencia sucede a pesar, y no gracias a, el ambiente social predominante. Los centros educativos son, en su mayoría, ese oasis en el desierto donde aún es posible el rostro amable, la sonrisa ante el desconocido, la mano tendida amigable y sin temor. Porque todos estos gestos se producen sin que exista una exigencia oculta, una contrapartida a cambio, tan propia de una sociedad mercantilista.
Pienso que nuestra sociedad actual se dirige rápidamente hacia una configuración similar a la de la sociedad francesa: una sociedad mestiza con multitud de orígenes étnicos, pero donde este origen no es determinante, pues en la base de la convivencia se despliega un conjunto de deberes y derechos comúnmente aceptado. Es decir, no hay mayor integración que el cumplimiento de las leyes, en especial de aquellas que se refieren a la convivencia y el respeto al otro. También yo podría preguntarme si como ciudadano canario soy un individuo plenamente integrado en esta sociedad. De nuevo la palabra integración no me parece la fundamental en este asunto. Más bien es la aceptación lo fundamental, la aceptación del otro, la aceptación de unas normas de convivencia. Y pienso que sólo por medio de estas normas fuertes y comúnmente aceptadas puede una sociedad crecer civilmente en la pluralidad de procedencias de sus miembros. ¿De qué otro modo podría ser si atendemos a la situación geográfica de Canarias? ¿Por cuánto tiempo podemos seguir dando la espalda a nuestros vecinos africanos, a nuestra realidad geográfica y cada vez más, cultural? Es sólo una cuestión de tiempo comprobar que nuestra sociedad ha cambiado tanto, que ya no se parece siquiera a aquella que conocieron nuestros padres. Y para entonces será un signo de salud constatar que lo étnico no será ya tan significativo como lo convivencial, traducido jurídicamente en unas normas civiles compartidas y aceptadas por todos. Algo así como lo que tan naturalmente ocurre entre nuestros jóvenes en las aulas de los centros educativos. Por una vez, tomémoslo como ejemplo.

6 comentarios:

  1. Me encantó. Ya iba siendo hora de que se hablara de estos temas de un modo positivo. A ver si los que escriben sobre inmigración salen de vez en cuando de "este valle de lágrimas"

    ResponderEliminar
  2. no me sirvio esta informacion lo que necesito son ejemplos de convivencia no esto.

    ResponderEliminar
  3. nesecito ejeplos no un discuso que sea un poco cursi a la realidad y no me busque estare en la hermandad

    ResponderEliminar
  4. yo necesito ejemplos x k la informacion es facil

    ResponderEliminar
  5. jodete maldito gay yo no nesecito esto

    ResponderEliminar