lunes, 2 de febrero de 2009

¿Quién habla en nombre de los pobres?

Inacio Valentim (inacio.valentim@hotmail.com)

Con la preocupación mundial por la pobreza como telón de fondo, mucha gente se lanza al ruedo dispuesta a combatir sus consecuencias nefastas con un arsenal de argumentos: trabajadores sociales, cooperantes, universitarios e investigadores con credibilidad y sin credibilidad. En principio, todos aseguran que trabajan para el bien de los pobres. La cuestión es: ¿piensan de verdad en los pobres cuando elaboran sus proyectos de investigación?, ¿o los proyectos se elaboran de acuerdo con las campañas publicitarias de televisión?
En un primer momento diríamos que sí, que están preocupados por los pobres y por su desarrollo y su bienestar. Pero, cuando nos preguntamos qué es el desarrollo y bienestar de los pobres, surgen sombras de duda acerca de los intereses genuinos de esos investigadores y cooperantes. Las conclusiones de sus indagaciones y trabajos son discutibles, como cualquier propuesta dialéctica puede serlo. Y es de esperarse seriedad en la investigación y en el análisis.
En el conocidísimo texto de Max Weber, La ciencia como vocación, el gran maestro se mostraba decepcionado con los resultados obtenidos en el ámbito educativo: la indiferencia de los candidatos a la investigación universitaria y a la educación de nivel superior, y su escasa motivación ante la calidad exigida para ser un buen investigador o un buen profesor. Weber se maravillaba de que personas sin escrúpulos y sin méritos para escalar los más altos niveles de la enseñanza manifestaran su disposición a seguir ese camino. El sí de los candidatos era una señal clara para Weber de que ellos no estaban allí por vocación, sino más bien por dinero.
Hoy, más de nunca, nos encontramos a estos sofistas, vendedores de saber que nada saben. El continente africano es sin duda la primera víctima de estos fingidos sabios y embajadores de buena voluntad. El continente es víctima porque muchas veces los proyectos son elaborados sin tener en cuenta las verdaderas necesidades de las personas, y porque los investigadores están condicionados para actuar por la financiación que obtienen de fuentes oficiales. Esta amalgama hace que se diga que hay mucho dinero invertido para el desarrollo del continente y que los africanos no son capaces de corresponder a esa inversión. Pero sabemos que esto es falso, porque los proyectos de investigación suelen contemplar simplemente resultados a corto plazo.
Hace más de cuarenta años que África está recibiendo ayuda para acabar con el hambre, pero el hambre continúa porque su erradicación depende de que se fortalezcan las instituciones políticas y sociales. Y son muy pocos los grupos de investigaciones que se arriesgan a acometer este trabajo, porque no es mediático.
No hay comparación entre la imagen impactante de una ONG que actúa en un campo de refugiados y la palabra de un sociólogo o un politólogo que afirma que actuar con eficacia pasa sobre todo por la consolidación de las instituciones sociales y gubernamentales. El continente africano es víctima de esta oposición diamétrica y víctima de un cientificismo frívolo. El continente europeo ha conseguido su estabilidad gracias al plan Marshall, que consistía sobre todo en proporcionar la fortificación de las instituciones: lo mismo debería hacerse con África para evitar que la dependencia se prolongue. Pero no se hace porque muchos investigadores se quedarían sin trabajo.

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