(ABC, 4 de marzo de 2012)
Hoy, nuestros invisibles posdickensianos o
poswiftianos, nuestros olvidados de Buñuel, se hacen visibles a través de
despiadadas y periódicas estadísticas y de los informes de Cáritas. Esos
informes, sobre una pobreza nada africana, sino local y nacional, que dicen que
«las clases medias se suman al carro de la pobreza» de forma alarmante, que
España es el país —junto a Rumanía y Bulgaria— donde más ha crecido el
porcentaje de la población que se encuentra «en riesgo de caer en la pobreza
extrema» y que de 400.000 personas atendidas hace tres años se había pasado a
cerca de un millón, siendo hoy día más de 9 millones de españoles los que viven
en situación de pobreza. Cifras y datos directamente devastadores que acaban de
repente con toda la blandenguería de los obsesivos teorizantes del laicismo
radical y programático que, curiosamente, pocas veces da de comer cuando llegan
las épocas duras. Una sofisticación ideológica que puede quedar muy bien para
los salones de los boomseconómicos, pero que es directamente bochornosa, y
cercana a lo obsceno, en épocas de exclusión social, de ayudas urgentes y muy
primarias y de catástrofes generalizadas, muy poco selectivas, que poco a poco
afectan a todo el conjunto, sin excepción, de un país.